Madre Teresa de Calcuta: Encarnación Viviente del Amor de Cristo
El 17 de agosto de 1948, salió por la hermosa puerta del
convento de Loreto, una diminuta mujer, nacida en Yugoslavia, 38 años antes, tocada con un Sarí blanco con orlas azules y con pasos firmes se encaminó a los barrios pobres de Calcuta para convertirse en la imagen viviente de la solidaridad cristiana, en la encarnación viva del amor de Cristo, en la Madre Teresa de Calcuta.

Nació en los balcanes y sin lugar a dudas, su vocación era el servicio a los más necesitados, por eso, a los 18 años, marchó a Dublin a preparse para la vida consagrada al Señor.
Llena de urgencia por ayudar a los más necesitados, se radicó en Calcuta, uno de los lugares del mundo donde mayor injusticia social ha habido siempre, aquí enseñó por veinte años geografía, hasta que en 1947, en un viaje hacia un retiro anual, recibió la llamada de Cristo urgiéndole encontrar a las victimas del amor e irradiar en ellos su amor. Ven y sé mi luz. Fue el bello llamado que le hizo el Hijo de Dios.
De inmediato, se propuso una vida de ayuda a los pobres y solicitó permiso a sus superiores para dedicarse a esta noble tarea, muchas dificultades tuvo que afrontar, hasta conseguir que se le permitiera salir a los barrios pobres. Para enfrentar su llamado se preparó durante un tiempo en la medicina básica, que necesitaría para su misión.
El primer día que salió, encontró a un moribundo en la calle y a leprosos en callejones, a los cuales ayudó. A partir de ahí y hasta el mismo día de su muerte el 5 de septiembre de 1997, por casi 50 años, le enseñó al mundo como poner en práctica la caridad cristiana.
Fundó la orden de las hermanas misioneras de la Caridad y le regaló al mundo una organización cuya misión ha sido diseminar el amor a los más necesitados.
Fue una misionera del amor. Su frase, que más me conmueve es: "amar hasta que duela, y si duele es buena señal"; en esta se resume su visión del mandamiento nuevo: amar al prójimo como a ti mismo.
Solía decir que la ayuda al necesitado debía llegar con una sonrisa, porque toda su vida fue un angel de la alegria.

Una constancia titánica la acompañó siempre. Admiro en ella su capacidad para conseguir ayuda para los demás, realmente no le importaba de donde viniera, siempre y cuando podía servir para ayudar
Fue una mujer d
e fe profunda, incluso cuando pudo tener dudas sobre los algunos elementos de su fe, siguió sirviendo, lo que la hace a mis ojos, inmensa, pudo dudar, si lo hizo, pero siguió impertérrita sirviendo a los más necesitados.

Esta mujer de rostro arrugado, de pies deformados, y de sonrisa eterna, le demostró al mundo que Jesús no es teoría, sino la práctica amorosa de la caridad.
Sus acciones dejaron bien claro que "si no vivimos para servir, no servimos para vivir", por eso cada mañana, dirijo reverente, mi mirada a su recuerdo.
Demetrio Mota
19 de enero de 2010
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